«Por el amor de Dios, es solo un vestido». Claro, y Notre Dame es «solo» un edificio. Las cosas son exclusivamente lo que queremos que sean, lo que signifiquen para nosotros. Así, si tomas un café en la Plaza de San Marcos puede convertirse en un sueño hecho realidad o en la estafa cafetera más grande jamás realizada (ahí dejo la idea para algún cineasta sin ganas de triunfar en la industria).
Cuando Marilyn recibió la llamada de Mr. President para invitarla a su 45 cumpleaños, ya no era nada para él. El niño mimado que poseía el juguete más grande del mundo, EEUU, quería divertirse un poquito más y la hizo llamar para exhibirla, para darle un codazo a los muchachos y decirles: «ey, veis como viene cuando yo la llamo…».
Y tenía razón, por aquel entonces ya Marilyn estaba tan rota que fue corriendo a cantarle el Cumpleaños feliz.
Pero esta no es la historia de dos personas, si no de un simple vestido, creado por Jean-Louis para una gala que organizaba el Partido Demócrata en el Madison Square Garden para celebrar un cumpleaños.
El diseñador quería un naked dress, que no es, ni más ni menos que un oxímoron: estar vestido yendo desnudo. En el diseño participaron tanto él como la actriz. Eligieron una tela del color de la piel de Marilyn y cosieron a mano cientos de pequeños brillantes. Costó 1.440$, ninguna barbaridad, si pensamos que hoy se pagan auténticas salvajadas por la alta costura. Se trabajó a destajo durante meses para que el vestido estuviera a tiempo.
Había que ponerlo estando absolutamente desnuda, por eso se usó doble forro a la altura del pubis y se terminó una vez que la actriz lo tuvo puesto porque era su segunda piel.
Solo se lució aquel día, aquel rato, porque para eso fue concebido. Por cierto, Marilyn llegó tardé y jadeando al escenario porque con el sudor, el vestido no terminaba de subir y tuvieron que pelear bastante para conseguir que se ajustara.
Ella parecía radiante, reía… En realidad, llevaba tal cantidad de barbitúricos en el cuerpo que no hubiera pasado un control antidoping ni de lejos, y no reía quería morirse de la vergüenza porque había llegado con tiempo, lo había hecho todo bien, pero hacía demasiado calor y eso no podía controlarlo.
Por suerte, la buena suerte que siempre tuvo Marilyn, todo salió bien al final.
En 1999 la sala Christie’s lo vendió por más de un millón de dólares y fue puesto a buen recaudo hasta que se topó con las manos de una de las mujeres que más daño puede estar haciendo a la imagen de la mujer en estos tiempos Kim Kardashian.
No es solo un traje, o sí, pero también se trata de respeto por lo que fue, por la imagen de una mujer que es diametralmente opuesta a lo que es la Kardashian. Si Notre Dame hay que respetarlo (y yo también lo creo) porque forma parte de nuestra historia, ¿por qué no hay que respetar un vestido que es parte de nuestra historia también, aunque sea la del cine? ¿Quién define lo que es realmente arte o no?
Un día llevé a mi madre al Reina Sofía para ver la obra de Miró, autor que admiró profundamente, le dije: «mira, mamá, es alucinante». Ella dio dos pasos atrás ladeó la cabeza y me dijo: «¿Pero el cuadro que es ese palo con un punto arriba?». Asentí. Obviamente no le había gustado.
Seguimos paseando por el museo y pasamos ante una sala que exhibía una obra que se llamaba «Salto con plinto». En la estancia estaba la alfombra (perdonen si no se llama así) que usan para correr, y el plinto. Mi madre se paró en seco, me tomó el brazo y me dijo: «Mira, chiqui, en tu instituto tenéis por lo menos el Guernica».
Desde luego me quedo mil veces con mi madre que sabe que algo puede gustarte o no, pero la historia se respeta, antes que con una señora que cree que el dinero y que su papá no le pusiera límites le permiten hacer lo que quiera.
Esta es la historia de cómo un traje puede significar la querencia de la que adolece el ser humano por un poquito de respeto.
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