Siempre cuento por qué escribí Los caballeros las prefieren muertas en las presentaciones, pero creo que los diez años de estudio sobre la figura de la actriz y los hombres que la rodearon, bien merecen un pequeño «artículo».
Conocí a Marilyn como creo que lo hicimos todos los de nuestra generación: a través de las películas del sábado por la tarde. Esos sábados de chucherías y sofá y juegos en la casa de una madre que pedía media hora de descanso.
Marilyn se asomaba a la pantalla entre cansada, aburrida y espléndida. Yo la miraba con aburrimiento porque quien realmente me gustaba era John Wyne y Katherine Hepburn y Gary Cooper, y las hormigas rojas gigantes que devoraban todo a su paso en Mogambo. No entendía qué tenía aquella rubia que siempre hacía el mismo papel para que le dedicaran un Informe Semanal, o mis primos tuvieran pósters, o las revistas como el Súper Pop (yo fui del Súper Pop, de Duran Duran y de Rocío Jurado, ya tenemos una edad…) la mostrara como un icono.
Además, las suyas, sus películas siempre hablaban de lo mismo: mujer tonta y guapa busca chico atractivosalvavidasricoastutosalvador. Perdonen que les diga, pero era un asco para una niña que soñaba con ser el Lobo Carrasco o torero novio de Sara Montiel. Porque sí, yo hice toreo de salón y luego animalista, aunque tengo un premio nacional de poesía taurina. Las cosas…
Poco a poco fui creciendo (aún no he acabado de hacerlo) y comencé a ver en ella una cierta nostalgia, una pena permanente que asomaba entre sus pestañas en C0n falda y a lo loco
y aquella risa perfecta, no por las perlas de sus dientes (por favor, dejemos de usar esta expresión de mierda), sino porque miraba a la pantalla y parecía pedir socorro. No pedía que la salvaran, ella era Marilyn Monroe y nosotros… Bueno, nosotros soñábamos con poder rozar un día algunos de sus rizos. Sí, algo bastante improbable porque ya estaba muerta.
A través de aquella pena, empecé a ver sus películas de otra forma. ¿Por qué los hombres podían hacer papeles diferentes y ella siempre el mismo?
Seguí creciendo y preguntándome todo sobre aquella pelirroja teñida. Comencé a leer libros donde era poco menos que una histérica, alcohólica y drogadicta que no tenía por dónde cogerla.
Nada más lejos de la realidad. Me gustan las mujeres que son historias ellas mismas, así que comencé a leer todo lo que caía en mi manos sobre ellas, a ver documentales, de la mano de Katherine Hepburn también.
Fue cuando viví en Madrid cuando, de verdad, me dije: Tengo que hacer algo.
Un día, saliendo del Retiro, después de una jornada de Feria del Libro, estuve hablando con Miguel Ángel Matellanes, hoy mi editor y al que considero uno de los mejores de este país, de un libro que quería escribir. Era muy complejo, tenía un mapa de personajes y flechas lanzadas de unos a otros. Quería escribir la novela de ellos, pero estaban tan conectados que era difícil hacerlo sin que pareciera que, contando una historia, estaban todas contadas.
La investigación duró diez años en los que aprendí a ser ella, a sentir su dolor, su alegría y su ansiedad.
Estaba paralizada por el miedo. ¿Cómo vas a escribir de Marilyn? ¿Qué no se ha escrito ya de ella?
María Zaragoza me regaló una Nancy Marilyn que aún conservo en su caja por aquello del coleccionismo. Y fue como una señal. Tenía que hacerlo, la redacción duró dos años porque era como escalar el Everest en bikini.
Cuando la acabé se la mandé a Elia Barceló, la mujer que más admiro en el mundo, y me dijo que estaba muy bien, que tocara esto y aquello. Así que ya estaba preparada para mandársela a quien yo quería como editor, Matellanes. Algaida siempre ha sido para mí esa editorial a la que aspiras. Y me he esforzado mucho por llegar a ella. Miguel Ángel la leyó y le gustó con «peros» en la construcción. Y tenía toda la razón.
Luego entró en juego Silvia Barbeito, una persona a la que echo de menos porque últimamente no paro y apenas hablo con ella, pero siempre está ahí. La buena gente siempre está ahí, aunque no lo parezca.
Hubo mucha limpieza supervisada por Charo Ramos, editora de mesa de Algaida.
Y, por fin, el libro. Su libro, el de Marilyn.
Y pensé, aquí me despido de ella. Y lo creía de verdad hasta que CJ Nieto me pidió algo y quiero hacerlo, quiero dedicárselo. Así que de nuevo a investigar y leer, que es de lo que más me gusta del mundo. Luego escribir, que es lo que necesito para seguir viva.
Y así, rezo todos lo días un Marilyn Monroe que estás en los cielos, porque, si Pilar Miró viviera, yo querría que leyese esta novela.
Una novela de mujer en el que otra mujer muere a manos de la ignominia.
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